Colección 003
"LA DOMESTICACIÓN DEL FUEGO"
La domesticación del fuego
Estrella del conocimiento. Brillo de la destrucción. Ardor civilizatorio. Conflagración vital. Como un bólido, el fuego caía del cielo y abrasaba todo. Consumía la vida, consumía el mundo. Sus lenguas paladeaban bosques. Arma divina de sometimiento: limpiadora de pecados. Instrumento de los dioses para recrear: para renovar. El fuego era el gran otro, el gran devorador, hasta que un tlacuache —titán mínimo— se sacrificó para entregarlo a los humanos. No fue dejando que un águila consumiera sus entrañas por la eternidad que lo hizo, fue entregándose a él que este pequeño sabio se lo dio a los hombres dejándose consumir por su fuerza.
Y así cambió todo.
Con el fuego, los hombres crearon la civilización. Comenzaron a olvidar a los dioses, porque su poder ardía en sus manos y, entre más lo dominaban, más se creían sus iguales. El fuego, el más indomesticable de los elementos, les permitió controlar los demás. El agua ahora podía hervir y transformar alimentos. La tierra podía convertirse en barro. El aire podía someterse a sus caprichos. Sinécdoque y origen del conocimiento, el fuego construyó el dominio del hombre sobre la naturaleza. Lo alejó de su estado natural y es allí donde se construyó su unicidad: los textiles se volvieron posibles, la comida dejó de ser aquello que recogían las manos, las máquinas aparecieron y las noches dejaron de ser insondables.
Con su poder de destruir y transformar, el fuego alberga la promesa de una nueva etapa. Una vez que todo lo abrasa, en sus cenizas queda el ardor de la profecía de otro nuevo. De él nacieron los artesanos. Portadores de la llama del conocimiento, combinaron los elementos con la maestría del fuego nutricio. Como niños jugaron con ellos, los mezclaron: los transmutaron. Fundieron metales, transformaron las plantas y los pelajes en textiles. Dotaron de nueva vida a la naturaleza: le otorgaron el refinamiento humano de la cultura. Maestros del fuego y los elementos, los artesanos reúnen en sí el conocimiento del mundo y en todo lo que hacen enseñan las posibilidades que se esconden en los materiales crudos.
Con La domesticación del fuego, Francisco Cancino cierra un recorrido por los cuatros elementos. Del agua que limpia a la tierra como origen, a la limpidez del aire, al fuego que consume, cierra y renueva. Ese recorrido replanteó los principios de nuestra identidad: una valoración de lo que nos mueve, de lo más esencial de nuestra cultura, de nuestras influencias y de nuestras técnicas para llegar a este nuevo punto de partida, a esta ceremonia del fuego nuevo. Este proceso de renovación por fuego conlleva una nueva evolución, ya no somos sólo un apellido sino un nombre: Francisco Cancino, la mejor forma, la más particular, que podemos tomar tras recorrer nuestros principios; es también una invitación a crecer, a abrir nuevos caminos y ser todo lo que podemos alcanzar. Una vez que todo se consumió, el terreno está listo para repartir de su esencia.
Como es emblemático, esta colección nace de México, del patronaje tradicional y cuadrático que resuelve la construcción con rectángulos y cuadrados, pero con los aderezos que le otorgó su traumático encuentro con Occidente: los fruncidos, las alforzas y los plisados. Con colores neutros (blanco, negro, beige y nude), materias naturales (lana, lino, algodón y seda) y acentos en rojo cardenal, amarillo paja, verde menta, morado orquídea y naranja redfox, esta colección recorre los elementos y las maneras en que el fuego los transforma y deja su marca indeleble. Conjunción de la tradición textil indígena y de las ideas de construcción europeas, Francisco Cancino se divierte con las formas y los recursos, ensaya, juega, enseña y reflexiona para hablar de nuestra historia, de nuestro origen primigenio y las maneras en que devino el mundo que habitamos y las posibilidades que oculta en la chispa de su fuego.