Colección 004
"La Región Más Transparente del Aire"
La región más transparente del aire
La luz límpida del Anáhuac vuelve todo más esplendente. En ella, los colores son nítidos, pero ahogados. El armonioso verde y el café de los paisajes, que, entre otros, retrataron José María Velazco y el Dr. Atl a vuelo de pájaro, parecieran tener una presencia autónoma de la luz que los baña día tras día, de esa luz que, traslúcida en el campo, dota también de un brillo particular los tonos marrones de la vestimenta de sus hombres, de quienes jornada a jornada trabajan sus cultivos, que remiendan sus pañuelos y sus sombreros, que arremangan y ciñen con nudos improvisados sus roídas camisas de manta, mismas que, diversas en su monotonía, fungen como un reflejo preciso del paisaje en el que transcurren sus vidas.
Ese uniforme compuesto de una camisa rural y pantalones arremangados tiene una historia larga y accidentada, no disímil a la de los hombres que la portan. Sus remiendos, sus alforzas, lo percudido de sus colores fungen como sinécdoque de las penurias cotidianas e históricas a las que ellos se enfrentan y a las que el campo mismo ha estado sujeto.
Si bien la vida del algodón en México se extiende hasta mucho antes de la llegada de los españoles a América, su confección era artesanal, cuidadosa y prolongada en las manos de quienes, afanándose, urdían sus hilos hasta crear las texturas y los patrones que distinguen la vestimenta tradicional de los pueblos originarios. No, la de la manta es una historia diferente. Hija de la industrialización y la incipiente modernidad, por su nobleza y su resistencia, su uso llegó a integrarse a los textiles propios de la vestimenta popular. Sin el prestigio de sus parientas europeas, esta tela era el atuendo de los pobres —indios y mestizos— que pasaban sus días en la transparencia del aire campirano. La manta, al igual que los otros hijos naturales de esta tierra, estaba relegada al trabajo, no a los espacios de ocio y a los salones, sino a la compañía del polvo y las gotas de sudor. Y así, más que otras telas, gracias a su omnipresencia campesina se unió al adn mismo de esta tierra.
En una época en que la crisis toca casi cada aspecto de la vida a una escala mundial, en que las penurias de la precariedad se han integrado a los tratos cotidianos y a las interacciones de la creación, de la comunión humana y de nuestras formas de ver el futuro, volver los ojos hacia la creación dentro de los límites, a los gestos creativos y únicos de los remiendos, de los nudos, de las alforzas, de las marcas del tiempo y el sudor nos permite vislumbrar nuevos caminos para trascender esos límites, para crear dentro de paradigmas austeros pero no por ello —nunca por ello— estériles.
La historia de México y una mirada gemínea que se vuelca hacia el origen para encontrar nuevos caminos hacia el futuro han distinguido siempre los esfuerzos de Cancino. En esta tercera colección, el regreso al material emblemático de los habitantes de la región más transparente del aire, ese algodón crudo y pardo de la manta (con una presencia ocasional de una lana y una seda que en su falta de “refinamiento” nos recuerdan su espíritu compartido) se presenta como un ejercicio de creatividad en tiempos de crisis. La trasposición de las siluetas tradicionalmente masculinas a las delicadezas de la femenina, la sublimación de los remiendos y los gestos propios del desgaste, la ascensión de una toile al edén de la obra terminada, buscan todas replantearnos nuestros propios ejercicios, nuestro estar, la forma en que vemos la historia y la manera en que la usamos para reinventarnos, una y otra vez sin cesar, en un mundo en que la continuidad de la crisis se ha vuelto una constante.